Tierra Serena I

Así es como se veía en el cristal. Su reflejo era un negro desgarrón en el fluido tapiz anaranjado que se desplegaba a su espalda, paño formado por los destellos de las juguetonas llamas de la hoguera. Las lenguas de fuego bailaban una danza sin fin, frenética e hipnótica, acompañadas por el suave crujir de la madera incandescente. Creaban y destruían sombras, alegres danzarinas sobre las brasas, como diosas todopoderosas que celebran su bacanal sobre los restos muertos de un sacrificio reciente.
Así es como veía su vida. Y su futuro. Brillante y vibrante llama de esperanza eclipsada por las sombras, entes de color azabache que abatían el intenso fulgor de energía pura que radiaba su alma. Estrella blanca sobre fondo sable.
Un leve atisbo de sonrisa elevó las comisuras de sus labios. Era una mueca de mordaz desesperación, un gesto sin alegría. Desde luego que era toda una ironía que el reflejo en el cristal fuera justo el opuesto de la realidad. Oscuridad sobre luz, luz sobre oscuridad.
Y un leve tintineo metálico procedente del sillón junto a la chimenea hizo que se sobresaltara, aunque ni un solo músculo de su cuerpo se movió. No le daría esa satisfacción. De todos modos daba igual: él sabía perfectamente que ese tintineo haría que un escalofrío recorriera su desnuda piel. ¿Por qué? Pues porque las piezas bien engrasadas de la armadura no producirían ese sonido, y menos teniendo en cuenta que no estaban hechas de hierro o acero. La hoja de la espada susurrando contra la vaina de cuero tampoco podría ser, pues había sido tratada mágicamente para evitar todo ruido. No llevaba escudo, pues lo consideraba una molestia más que una ayuda en batalla, tal y como podían atestiguar el ingente número de víctimas de su poderoso mandoble. Nada en su... vestimenta... podía emitir ese tipo de ruido.
Y recordó...

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